-Ensayo sobre la demonización de la norma-
Al iniciar algún curso de lingüística se suele decir lo que la lingüística no hace: no juzga, sino describe. No te dice cómo corregir a la gente, sólo te explica por qué “es diferente”. Te enseña que la lengua hablada está por encima de la que se escribe, y que los lingüistas no son la Gestapo de la ortografía. Incluso te dice, y para alivio de muchos, que “haiga” e “hicistes” son formas muy comunes y que no somos nadie para hacer juicios de valor al respecto. Luego empiezan a creer que los de la Real Academia son unos ancianos obtusos con mentalidad añeja cuya única función es juzgar el habla de mortales con el hiriente hierro de lo “incorrecto”. Su ridículo eslogan “Limpia, fija y da esplendor”, parece de detergente para pisos (y este es el chiste que se contará cada año en el curso introductorio). Luego acaban por tratar como apestado a todo lo que huela a “normativo”, que, en su mente libertaria, equivale a autoritario: el lingüista, el héroe, es un contestatario del lenguaje, defensor de las formas innovadoras y paladín de las hablas marginales.
Sin duda el desprecio hacia el esnobismo cultoide de muchos académicos está más que justificado: esa gente es pedante y se cree superior a uno porque se sabe palabras domingueras y cita al Quijote, y cree, ingenuamente, que el idioma es un doncella virgen y pura a quien hay que defender apasionadamente (cf. Grijelmo) de ignorantes pelafustanes y barbajanes sin alma que la quieren ultrajar. Ciertamente, a un fonetista no le puede importar menos que “alhóndiga” lleve hache. También es cierto que el lingüista es el responsable de documentar y explicar variaciones que no corresponden a la norma, y que los juicios de valor al respecto estarían fuera de lugar.
Pero ni por todo lo mencionado “la norma” merece la satanización ni el desdén de la que es objeto. Un lingüista está más pronto que nadie a pretextar su desconocimiento de la norma con excusas aparentemente coherentes, como “hice una analogía”, “regularicé el paradigma”, “lo escribí fonológicamente”, “así se usa en mi idiolecto”, “estoy creando una forma innovadora”, “es émicamente irrelevante”, “sigo una norma alterna” o hasta “soy anarcolingüista” y frases similares, cuando en el fondo el “problema” es un simple y humano olvido o desconocimiento de la norma. Pero es más fácil denostarla, con argumentos de los que uno es especialista. De lo que no nos damos cuenta es que quizá un normativista defiende su ideal de lengua con el mismo legítimo amor con el que un alterno promociona su habla distinta. La diferencia está, probablemente, en que la norma está en una percibida “posición de poder”, y que a nadie le gusta que le manden. Pero esta posición de poder no es totalitaria: no hay multas, ni penas carcelarias, ni de muerte para quien desconozca la norma (aunque la humillación de ser exhibido con una falta bien podría equiparársele), ni para quien la viole con conocimiento de causa. Lamentablemente, sí existe una relación entre el uso normado de la lengua y el prestigio, y peor aún, la implantación de alguna norma podría socavar el riquísimo uso del habla coloquial, y hasta se podría propiciar la peligrosa idea de que la lengua normada (como si existiera sólo una) es el único modo de usar la lengua.
Entonces ¿cuál es la postura que un lingüista debe evitar? En la humilde opinión de quien esto escribe, debe recordar que la norma tiene una función: declarar un estándar (de un modo similar al que la ISO tiene distintos estándares internacionales para una infinidad de áreas) y que esto trae más ventajas (en particular la unificación) que desventajas, si se tiene una posición madura al respecto (como la de no atacar a quienes la usan y la promueven en áreas apropiadas –sí en la escuela, no en mensajes de texto-). Y recordar, también, que no saber usar acentos por desconocimiento a nivel licenciatura no tiene ninguna –ninguna, ninguna- justificación.
Órales. Netza. Esto que escribió es tan inesperado. En general estoy de acuerdo y me da gusto que por lo menos un lingüista tenga una postura sensata respeto al supuesto conflicto entre la norma y los hablantes; lo que nunca me habría imaginado es que el autor era ud. xD; y no sólo por su estilo tan pulcro y elocuente, sino especialmente por el último párrafo: ud. nunca me ha perdonado palabras exóticas ni acentos mal puestos ya no digamos en mensajes de texto… EN EL HABLA XD XD XD. Aunque no pueden culpar de su ignorancia a todos los universitarios que no saben acentuar conforme a las nuevas modas de la RAE: si se dedicaran a la sensatez y no a alcahuetear la ignorancia o la terquedad de ciertos hispanohablantes, no caeríamos en pecado los inocentes en esta batalla que aprendimos lo de “ó” para distinguirlo del cero escrito, o que “guión” se acentúa pese a la costumbre en México de leerla como monosílabo con diptongo.
Fijate que me pareció, tu ensayo, muy de acuerdo a una idea que me quedo implantada, presentada por mi maestra de Inglés. Ella, phd linguista, en una ocasión, nos dejor ver su opinión sobre lo que constituía un dialecto. En pocas palabras sostenia que “dialecto” era solo una forma peyorativa d referirse a la lengua de grupos minoritarios, cuyas formas nos parecían inferiores a las nuestras.